Lo despreciable de votar mal y no votar

Resulta decepcionante que más del 50% de los chilenos y chilenas que se quejan por las penurias y sufrimientos a los que los condena el capitalismo salvaje que impera en Chile sean los mismos que se quedan sentados en sus casas en lugar de ir a votar. Porque, al revés de ellos, el pequeño grupo que defiende sus privilegios y riquezas son especialmente disciplinados y no dejan de ir a votar. Es cuestión de comparar la participación entre las comunas ricas y las más pobres. Si nos sentamos a observar las elecciones en lugar de participar en ellas, lo que hacemos es darle a la élite y a los privilegiados la posibilidad de continuar siendo los dueños de Chile. Quejarse después de la situación del país es en verdad un acto ridículo. En esto no podemos ser condescendientes con nosotros mismos: es una gravísima irresponsabilidad la abstención electoral.

Es un recuerdo recurrente el hecho de que Hitler llegase al poder empleando los mecanismos institucionales de la democracia. No fue su partido nazi una primera mayoría, pero sí tuvo la cantidad de votos suficientes como para que Paul von Hindenbug fuese persuadido de nombrarlo Canciller en 1933. El establishment estaba convencido de que sería una simple marioneta muy fácil de controlar. Ya sabemos lo que pasó.

Ya hemos visto el sufrimiento causado por personas como Bolsonaro o Trump, elegidos democráticamente. Y estamos a muy poco de cometer nuestra propia estupidez democrática con Kast. La obvia pregunta que uno se formula es si los electores tienen limitaciones serias de comprensión e información. Porque son demasiados los chilenos y chilenas que sufren por pensiones bajas, sueldos miserables, trabajo precario, falta de vivienda, educación deficiente, salud inalcanzable y una desigualdad galopante (que es, aunque el discurso represor-policial lo quiera negar, el primer causante de la delincuencia) como para poder entender que le entreguen, esas mismas personas empobrecidas, maltratadas y marginadas, sus votos a los concentradores de la riqueza y los perpetuadores de la desigualdad y el sufrimiento evitable e injusto, tan bien representado por Kast o el discurso de odio de Johannes Kaiser.

Chile vive en una especie de oligarquía con ropajes democráticos. El poder del dinero en la política es inmenso y el uno y la otra se refuerzan mutuamente en sus labores concentradoras. Los grandes grupos económicos financian a una élite que acapara para sí casi todo el poder político. La única manera de romper este cerco es la participación política de la enorme mayoría postergada y maltratada al menos a través del voto. Por supuesto que debemos avanzar hacia formas de democracia más participativa, pero para ello debemos inicialmente elegir a una nueva clase política que sintonice con esa idea.

Resulta muy decepcionante que más del 50% de los chilenos y chilenas que se quejan amargamente por las penurias y sufrimientos a los que los condena el capitalismo salvaje que impera en Chile sean los mismos que se quedan sentados en sus casas en lugar de ir a votar. Porque, al revés de ellos, el pequeño grupo que defiende sus privilegios y riquezas son especialmente disciplinados y no dejan de ir a votar. Es cuestión de comparar la participación entre las comunas ricas y las más pobres. Si nos sentamos a observar las elecciones en lugar de participar en ellas, lo que hacemos es darle a la élite y a los privilegiados la posibilidad de continuar siendo los dueños de Chile. Quejarse después de la situación del país es en verdad un acto ridículo. En esto no podemos ser condescendientes con nosotros mismos: es una gravísima irresponsabilidad la abstención electoral. Cuando estamos arriesgando a que llegue a La Moneda un sujeto cuyo modelo de sociedad se basa en la competencia, el egoísmo, el clasismo, la represión policial y la intolerancia valórica, la abstención se torna inmoral.

Peores son los pobres y marginados que votan por ese modelo de sociedad, pues ese comportamiento parece estúpido: son los esclavos constructores de pirámides que votan por los faraones; son los siervos de la gleba del medioevo votando por los señores feudales; son los trabajadores del salitre votando por los dueños de las pulperías; son las víctimas de las zonas de sacrificio votando por las industrias extractivistas; son las mujeres votando por un mamífero básico que las denuesta como Johannes Kaiser. Lo siento: no estoy de ánimo para tratar al electorado de “sabio”, “prudente” o “sensato”, porque hasta aquí ha actuado con una torpeza inaudita, votando por sus futuros verdugos.

Después de todo el sufrimiento humano evitable proveniente de un gobierno indolente como el de Piñera, hay chilenos y chilenas que, desde su pobreza y miserias, le entregan el voto a quienes se las provocan y que pueden ser peores que el gobierno saliente.

Juan Eslava Galán, un notable y sarcástico historiador español, comienza su inolvidable Historia de la revolución rusa contada para escépticos, con la siguiente anécdota: “La abuela del escritor y vividor José Luis de Villalonga, novena condesa de La Mejorada, una aristócrata de las de antes, observó mientras tomaba el té en su servicio de plata: ‘Siento un profundo desprecio hacia los pobres’. Como sus contertulios se quedaran con la boca abierta, explicó: ‘Sí, porque, ¿cuántos son ellos? Millones. Y los ricos, ¿cuántos somos? Muy pocos. Y, sin embargo, aquí estamos hace siglos, sin que a nadie se le ocurra a hacernos nada”.

Yo no abogo por la revolución y las armas, porque entre mis convicciones absolutas está la democracia y el respeto a las urnas como dirimente de las posiciones que no logran consensuar una alternativa común. Pero si no se quiere ser revolucionario en el sentido tradicional de la palabra, al menos hay que levantar las posaderas y dirigirse a un local de votación para desafiar a la élite y reclamar como derechos aquello de lo que ellos se apropian como privilegios.

Me pregunto qué diría la condesa al ver a alguno de esos pobres quedándose en su casa mientras otros deciden por ellos. O peor: qué diría la condesa si viniera a Chile y viera a esos pobres –que son la inmensa mayoría de Chile– marcando su voto a favor de Kast. Seguramente nos miraría con gesto divertido mientras se sirve otra taza de té en su servicio de plata y nos diría: “¿Es que acaso no tengo razón en despreciarlos?”.

FUENTE: eldesconcerto.cl